sábado, 30 de noviembre de 2013

Llega el frío, llega La Feria de Turégano


Cuando era pequeña vivía en Turégano y cuando se acercaba el final de noviembre llegaba el frío y también La Feria. La plaza se llenaba de tractores y de otro tipo de maquinaria agrícola que simplificábamos llamándola arado pero que en realidad se llama vertedera, sembrador o empacadora.

Durante la semana previa a La Feria veía desde casa cómo la plaza se llenaba de colores según los camiones descargaban la maquinaria para exponerla a la venta durante el fin de semana. Verde, rojo, azul y amarillo pasaban a ser los colores que veía desde mi ventana, los colores de las marcas que ondeaban en las banderas: John Deere, Valtra o New Holland. Casas ingenieras agrícolas que han dejado atrás a las cabezas de ganado que hace no tantas décadas eran las ofertadas, compradas y vendidas en tan famosa cita agropecuaria celebrada desde hace siglos.

Y La Feria llegaba el último fin de semana de noviembre, entorno al día 30, San Andrés, santo que le da nombre. El viernes, cuando salíamos del colegio, sabíamos que ese fin de semana iba a ser especial. Las calles cercanas a la plaza se llenarían de puestos de calcetines, guantes y gorros, de bacalao y encurtidos, vendría la churrería y el puesto de pan con bizcochos típicos de pueblos no muy lejanos; también estaría el puesto del vino, el de los quesos y el de los embutidos. Sabíamos que bien abrigados podríamos pasar todo el fin de semana en la calle, jugando al escondite entre los tractores, yendo y viniendo entre los puestos de La Feria o irnos a tomar una Coca Cola a los bares, esos lugares que aún no frecuentábamos. Y que el domingo terminaríamos comprándonos un par de guantes, unos cuantos calcetines y, quizá, sudando en la cama un buen constipado, ¡pero eso no importaba demasiado!

Foto: Mónica Rico, El Norte de Castilla